Por Diana Avila Blanquet
Cada prenda que utilizamos a diario tiene su vida propia, una historia transcurrida y un porvenir continuo.
Pero es raro que en cierto momento, nos detengamos a cuestionarnos los orígenes y desarrollo de algunas de ellas.
O cuando te vas a vestir te preguntas ¿quién inventarían los zapatos? Y todas las andanzas que sufrió antes de llegar a tu armario.
O al ponerte las bragas ¿te has preguntado la evolución que éstas llevan antes de cubrir tu cuerpo?
¿O has pensado que un simple botón en la ropa pudo ser considerado como una joya y haber sufrido persecuciones legales?
Estas preguntas NO SURGEN, porque estas prendas son tan comunes y han estado siempre en nuestro tiempo que no les damos atención.
Provocada por la curiosidad y el asombro, me he cuestionado sobre la mayoría de las prendas que hacen más agradable mi existir.
Aquí hago mención de algunas que la inteligencia humana, a lo largo de los siglos y por diversas civilizaciones, ha creado para nuestro beneficio, placer, comodidad, poder, riqueza, lujo, seguridad o confort.
Ante la imposibilidad de mencionar todo sobre cada prenda, mencionaré ciertos rasgos o curiosidades.
BOTONES
La costumbre de no abrochar el botón inferior de los chalecos o los sacos se estableció a mediados del siglo pasado, debido a la amplia cintura del Príncipe de Gales que le impedía hacerlo. Por imitación, los demás caballeros ingleses optaron por no abotonárselo, convirtiéndose en una moda del vestir.
Los botones nacieron hace cinco mil años en el Valle del Indo, pero fue hasta el siglo XII cuando obtuvieron un uso significativo, de adorno más que funcional.
La palabra “botón” procede de una voz francesa que significa “realzar”. Los botones brotaron en las vestimentas como pequeñas joyas de oro, plata, piedras preciosas o seda. Hasta 38 botonaduras llegaron a recorrer, del hombro a la cintura, las ropas de las damas y ninguna era igual a otra, ya que se trataba de piezas originales y verdaderas obras de arte. Todos los artífices se esmeraban por crear botones originales para obtener el titulo de “BOTONERO MAYOR DEL REINO”.
Después, los botones que invadieron las vestiduras eran hechos de metal esculpido o cincelado, esmaltados o portadores de retratos en miniatura. Y cuanto más populares fueron se les fabricó en hueso, madera, marfil, pezuña de animal o nuez de corozo.
Hubo ciertos momentos en la historia en que los botones estuvieron a punto de desaparecer. La primera vez sucedió en Bolonia, por el año de 1401, cuando apareció un reglamento suntuario que enumeró dieciséis categorías de infracciones vestimentarias, entre las cuales estaba el uso de joyas, cinturones, pieles y BOTONES.
Las damas elegantes lograban interpelar a los controladores cuando estos afirmaban que aquellos BOTONES tan lucidores que traían puestos estaban prohibidos, diciéndoles: ¿BOTONES? ¡Pero si son broches! Miradlos si no lo creeis. ¿Dónde están los vástagos y donde los ojales?
Después, cierto sector del protestantismo los consideró una refinación pecaminosa y diabólica que podía perder a las mujeres.
El momento más crítico fue cuando siguió el relampagueante zipper; un rival que muchos modistos, costureras y diseñadores prefirieron colocar en sus creaciones.
Tal vez por nostalgia o solo por su realzada belleza, los BOTONES logren sobrevivir algunas décadas más.
CORBATAS
La CORBATA es graciosa y trivial como ella sola, decía el brillante escritor español Ramón Gómez de La Serna y aseveraba, además, que prescindir de las CORBATAS era no aceptar lo más irónico del vestir; que sin ellas se perdía “nuestra categoría, distinción y superficialidad querida”.
Todos los actos solemnes requieren de una CORBATA, son como un exaltado atributo de la distinción.
Hay CORBATAS terribles que no se puede dejar de mirar; nuestros ojos se fijan en ellas como poderosos imanes. Hay otras que son sutiles, como las corbatas de moño que asemejan mariposas con las alas desplegadas.
El origen de las CORBATAS se remonta a las calurosos días de verano, en que los soldados romanos se ataban tiras de tela mojada alrededor del cuello para refrescarse, sin finalidad estética.
Fue hasta 1668 cuando un regimiento de mercenarios croatas, al servicio de Austria, se presentó en Francia portando corbatas de lino y muselina como parte de sus uniformes. La idea encantó a los franceses y la adaptaron a su vestimenta. Fue entonces que los amplios cuellos de encaje se vieron desplazados por tiras sueltas de tela, convirtiéndose después en anudados corbatones.
Para el año de 1830 se decía que la CORBATA era una forma de exponer el propio gusto artístico o literario. Había CORBATAS anudadas a lo Lord Byron, de enorme nudo bajo la barbilla; a lo oriental, en forma de media luna; a la Talma, a la Rusa, en surtidor, de cascada, a la perezosa y a la jesuita.
Jarry Schraemli, un historiador gastronómico, catalogó a los distintos bebedores de vino por sus CORBATAS. Según él, las de colores vivos y nudos gordos las portaban los aficionados al vino blanco y seco; los colores apagados delataban a los que preferían el vino tinto; las elegantemente anudadas, en tonos discretos y adornadas con una perla las llevaban los que optaban por el champagne o la Mosela; con nudos muy delgados y de colores impetuosos descubrieron a los novatos de juerga, y las manchas de grasa en la CORBATA revelaban a los solteros.
El autor argentino Jorge Luis Borges confesaba: “si me dijeran que puedo prescindir de la CORBATA, daría las gracias, la CORBATA es algo misterioso…”
CALCETINES
En la mayoría de los cajones donde habitan los CALCETINES, se encuentran por lo regular solitarios impares, cuyos compañeros desaparecieron por motivos desconocidos. Ante estas misteriosas ausencias, alguien aportó una hipotética explicación que bien pudiera llamarse “calcetinofagia”, la cual denuncia que en determinado momento uno de los dos CALCETINES acaba devorando al otro y el que sobreviviente es el más fuerte del binomio textil. Pero esta posible solución daría a pensar en una autofagia y otra incógnita más: el motivo por el cuál surgen tales autodestrucciones.
Los ancestros de los CALCETINES nacieron en los pies de las mujeres griegas alrededor del año 600 A.C. Eran unas sandalias de piel muy suaves que adornaban el pie hasta el tobillo y se consideraba vergonzoso que los hombres las usaran.
Después, sin embargo, se convirtieron en las favoritas en las escenas de la comedia griega. Luego tanto hombres como mujeres romanas copiaron esta moda y la popularizaron por siglos en la vida diaria y en las comedias.
Los primitivos CALCETINES viajaron de Roma a las Islas Britanicas, donde los anglosajones descubrieron que estas formas ajusanadas protegían muy bien a los pies de la abrasión y el frio.
Fue entonces cuando los calcetines encontraron su hogar decisivo dentro de las botas y su popularidad creció más cuando se fabricaron en tejidos suaves y ligeros.
Se dice que como parte de los ritos masones existió la terrible obligación, hoy quizá ya desterrada, de llevar dentro de los zapatos un papel con una cruz cristiana dibujada para así pisarla sin tregua.
Por ello, en la esfera masónica se llegaron a crear CALCETINES con una cruz plateada precisamente en la plan del pie.
Los tabis, CALCETINES japoneses, son una curiosidad pues la porción correspondiente al dedo gordo está separada de los demás, facilitando con ello su empleo dentro de las sandalias de madera orientales.
Al final de su vida Pablo Neruda declaro: “Cuando yo me muera van a publicar hasta mis CALCETINES”.
El tiempo le dio la razón al Poeta Chileno: después de su muerte se publicó toda línea encontrada entre sus pertenencias.
Algunos historiadores han descrito al artista Leonardo Davinci como un hombre en extremo sucio, ya que usaba durante meses la misma ropa interior y solo se la quitaba para tirarla a la basura.
Aseguran que durante el ultimo año de su vida calzo ininterrumpidamente los mismos CALCETINES y que les llamo “Mi otra Piel”.
CORSETS
Un popular manual para caballeros del siglo XIX promulgaba que “Una Mujer, metida en un CORSET es una mentira; pero es una ficción que en realidad la mejora mucho”.
Redondear y conformar los hombros, subir y subrayar la cadera, poner la espalda recta, levantar el busto y reducir la cintura hasta extremos arrebatadores eran las finalidades del torturante CORSET.
Desde hace cuatro mil años se mantiene la pretensión de embellecer y modificar los contornos del cuerpo femenino, aún a costa del dolor y la deformación.
Homero relata en sus obras como la Diosa Juno logro seducir a Zeus ciñendose un cinturón a modo de CORSET.
Venus, para realzar su figura, utilizaba un apretado cinturón sobre su túnica.
Los CORSETS o “Joyeros que contienen sus piedras preciosas” como se les llegó a nombrar, fueron hechos de hueso de ballena o acero, cortos o largos, de cuero o satín, duros o suaves, pero todos buscaban otorgar las más esbeltas cinturas de avispa o libélula.
El pintor ingles y gran CORSETOFILO Hogarth afirmaba en sus memorias que: “La línea sinuosa del CORSET, es la línea de la Belleza”.
Madame Billiard, una CORSETERA famosa en París, nombraba al CORSET: “El Capullo del que emerge La Rosa” y lo llegó a compararlo con una escultura griega.
La moda de los CORSETS persistió sobre todo en los siglos XVII, XVIII y XIX, pero fue durante el imperio de Napoleón cuando su furor alcanzó tal auge y desproporción que muchos hombres llegaron a usarlos.
Sin medir consecuencias, incluso se inducía a las mujeres embarazadas a recurrir a ellos.
La obsesión de vestir con CORSETS acarreó a las mujeres muy diversas consecuencias y diferentes trastornos de salud, desde problemas hepáticos, respiratorios, de circulación sanguínea hasta severas deformaciones anatómicas, como cierta cojera en alguna de las piernas o un menor desarrollo de uno de los hombros.
Después de aquellos apretujados y deformantes CORSETS vinieron las fajas, la lucha de las dietas, la liposucción o cirugías estéticas para lograr, sin importar sacrificios, que la figura de la mujer fuera más esbelta.
SOMBREROS
Cuando la célebre actriz dramática Sara Bernhardt interpreto Fedora, un melodrama francés de Victorien Sardou, nunca imaginó que un SOMBRERO llevaría el nombre de su personaje y que sería una prenda muy codiciada a finales del siglo XIX.
El Fedora fue un SOMBRERO de fieltro blando, con surco al centro y ala flexible que traía adheridos una pluma y un velo que se ataba por debajo de la barbilla.
Llego a ser tan popular que ninguna mujer, que se jactara de estar a la moda, andaba por la calle sin él. Y sobre todo, si era para pasear montada en una invento reciente: La Bicicleta.
Aunque los egipcios utilizaron SOMBREROS en forma de cono truncado, fueron campesinos, cazadores y caminantes griegos los primeros en usar, de manera cotidiana, SOMBREROS de fieltro y alas anchas llamados “Petasos”, que usaban para protegerse del sol y la lluvia. Etruscos y romanos los imitaron, convirtiéndolos en prendas comunes en todas las costas del Mediterráneo.
Según los antropólogos, el SOMBRERO es una reminiscencia de la antigua corona, un distintivo del poder supremo y de la soberanía.
De este origen jerárquico deriva el ceremonial de quitarse el SOMBRERO como expresión de respeto, o el de mantenerlo puesto ante el Rey como altísima distinción en la Corte; por eso el primer acto igualitario de las Revoluciones Europeas fue la supresión de los SOMBREROS.
Otros observaron, al final del siglo XIX, como la moda del SOMBRERO seguía a la política dominante.
Durante el predominio democrático fueron habituales los SOMBREROS blandos y con alas anchas. Al aumentar las inquietudes revolucionarias, entre 1848 y 1849, tanto más proliferaron las audaces y arqueadas formas de los SOMBREROS, y al triunfar el poder accionario, el SOMBRERO de copa resurgió más alto y rígido que nunca.
Luego, aunque en mayor medida se empleo como prenda masculina, el SOMBRERO alcanzó un desmedido furor entre las mujeres y llegó a diferenciar las clases sociales; por ellos se podía distinguir a una dama de una mujer proletaria.
Se dice que un SOMBRERO de copa le inspiro al joven Tomas Alva Edison la ideal del Fonógrafo; mientras esperaba ser recibido por un alto personaje, Edison sostenía entre las rodillas su sombrero con el hueco hacia arriba y con los dedos tamborileando por debajo. Percibió como el sonido vibraba desde el fondo de la tapa, entonces se le ocurrió desarrollar aquella membrana acústica tan importante en la fonografía.
Dado que el SOMBRERO se asienta en la cabeza, se le ha relacionado con los pensamientos; siguiendo tal convicción, el austriaco Gustav Meyrink, en su novela fantástica El Golem, nos relata como el protagonista experimenta las peripecias, los sueños, las reflexiones e, incluso, emprende los proyectos de las personas cuyos SOMBREROS lleva puestos por equivocación.
Tal vez por ello cambiar de SOMBRERO es cambiar de ideas, es acceder a una visión distinta del mundo, como afirmaba el fundador de la psicología analítica, Carl Jung.
Hay mucho que desarrollar, sobre las prendas… tal vez en otra ocasión.
Hasta la próxima!